Lo que hace reír debe tener sal

Publicado el 4 de diciembre de 2024, 17:33

       Quienes somos de Cádiz, el lugar de España más al sur y la provincia Romana más antigua, o quienes vivimos en la aledaña Isla de León solemos siempre relacionar enseguida la gracia y el donaire con la sal. Quién no ha dicho u oído alguna vez frases como estas?: "¡Qué salao eres!" "¡Que salero tienes!" para referirse a una persona graciosa y con mucho "ángel".
       Por alegrías de Cádiz el gran cantaor andaluz Juanito Valderrama cantaba estos versículos el siglo pasado:

      Bahía de San Fernando
      Chiclana y Puerto Real,
      yo sé que hay tierras bonitas,
     pero no con tanta sal.

      Y si en la geografía española existía una moza que rompiera los moldes esa era la gitana de Cádiz, como declaraba un sainete del siglo XVIII:

       Viva el chiste y el gracejo / de la perla gaditana. / Viva la gitana, / prototipo de la sal...

      “Perlas gaditanas” eran también las puellae Gaditanae, famosas en el Imperio Romano por su gracia y su baile saleroso, elegante y sensual. He aquí, vista por Rafael Alberti a través del poeta hispanolatino Marcial (s. I d.C.), a Telethusa, puella eminente de la jocosa ciudad de Gades: :

       Ven, Telethusa, romana de Cádiz,
       ven a bailar bajo el sol marinero,
       ven por la sal y las dunas calientes,
       por las bodegas y verdes lagares.

       El carácter rudo de los hispanos era proverbial, pero los de Gades estaban hechos de otra pasta, no solo brillaban sus salerosas puellae, también sus ingeniosos poetas, como Canio Rufo, que debía ser tan “salao” como nuestros poetas del Carnaval, según le describe su amigo Marcial

 

          Gaudent iocosae Canio suo Gades ("La juerguista Cádiz se divierte con su Canio”).


         La sal siempre fue desde la Antigüedad Clásica una metáfora cultural de alcance universal: condimento en apariencia insignificante, que superaba a cualquier elemento básico en importancia y utilidad. Homero (s. VIII a.C.), Platón (ss. V-IV a.C.) y Plutarco (ss. I-II d.C.) la calificaron de “divina” por ser imprescindible para la nutrición, pues sin sal nada alimenta ni nutre por desagradable, insípido e incomible y sin nutrición no hay vida. De ahí su vínculo con “el saber” (del latín sapere que significa también “tener sabor”) y con “el ingenio” y “el humor”, elementos vitales para la convivencia pacífica y la cultura, como enunció Plinio el Viejo (s. I d.C.) en su maravillosa Historia Natural (31, 188): “No hay vida civilizada sin sal”:


           Ergo, Hercules, vita humanior sine sale non quit degere, adeoque necessarium elementum est, uti transierit intellectus ad voluptates animi quoque eximias. Sales appellantur, omnisque vitae lepos et summa hilaritas laborumque requies non alio magis vocabulo constat.

           "Por dios afirmo que no hay vida civilizada sin sal y hasta tal punto es un elemento necesario que, por una transferencia metafórica, a los placeres intelectuales también se les llama "sales". Y todo lo que es agradable en la vida, la suma diversión y el descanso de las fatigas no reciben otro nombre mejor".


         Testimonio excepcional de la transferencia metafórica del valor de la sal fue Marco Tulio Cicerón (s. I a.C.), que mostró un agudo y refinado sentido del humor a lo largo de su obra y fue considerado por contemporáneos y por la posteridad como hombre de gran ingenio y el más grande orador. Consciente de esa fama, Cicerón en una de sus cartas, durante su proconsulado en Cilicia (50 a.C.), se quejaba a su amigo Volumnio de que este había protegido con poco celo los “derechos de propiedad de sus salinas”, porque, en cuanto partió de Roma, no defendió sus “sales” y se le atribuyeron los dichos ingeniosos de todo el mundo, hasta los de mal gusto. Quintiliano (s. I d.C.) corrobora esta imagen de Cicerón al referir que, tanto en la conversación cotidiana como en los debates oratorios y en sus interrogatorios a los testigos, era una fuente inagotable e inigualable de gracejo y sal. .
          Por esa transferencia, así pues, de la que ya hablaba Plinio hace más de veinte siglos, un lugar idílico y ameno (locus amoenus) que abundaba en salinas “recibía” metafóricamente la gracia de la sal, como entona esta otra cantiña gaditana:

         Cai, El Puerto y / la Isla de San Fernando, /Chiclana y el Trocadero, / donde se cría el salero.

 

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios